Inmóvil

La inmovilidad no existe sin el movimiento, como el silencio no existe sin las palabras. Una cosa nace de la negación de la otra: no moverse, no hablar. Es un no hacer. Hay algo corporal y mental en ello. La fuerza de gravitación se ejerce sobre el cuerpo que se une a la tierra, que se mantiene quieto, como un árbol que echa raíces. Puede que sea una necesidad, puede que sea un deseo. También puede que sea un gesto político, un decir no con el cuerpo. Me acuerdo de Bartleby, el personaje Herman Melville, de su figura erguida en medio de una oficina desangelada, “como la última columna de un templo en ruinas”. También me acuerdo de las sentadas del 15M, de los cuerpos ocupando el espacio público. La inmovilidad se vuelve un acto de resistencia contra el poder. Pero ahora pienso en las colas de personas que esperan horas en las aceras para renovar sus papeles; esta vez, ejercen poder sobre ellas. El cuerpo se manifiesta como un medio para el control, pero también para el rebelión.

¿Pero qué pasa en la esfera íntima? Una persona yace debajo de un árbol mirando las nubes. Nada extraño, está descansando. Pero si la misma persona se tumba en un banco en una calle concurrida, su postura llama la atención. Las urbes están preparadas para el movimiento. Circular, trabajar, gastar, comprar. Todo fluye: las personas, las mercancías, el dinero. Los que se detienen son los que no participan en la sociedad, son vagabundos, parados o jubilados, es decir, perdedores o ancianos. Mientras tanto, los que triunfan, los que corren, sufren ataques de ansiedad. Stop. Según estudios biológicos, el cerebro del hombre contemporáneo es casi idéntico al cerebro del hombre de Cromagnon. Una vez que satisfacía sus necesidades básicas, aquel hombre no necesitaba trabajar, tenía mucho ocio. En aquella época tuvo lugar la evolución de la especie gracias a una explosión de creatividad. Los neurocientíficos lo han estudiado: al cerebro le viene muy bien la inactividad, es cuando mejor funciona.

En el campo de arte, la idea del no hacer está muy desarrollada, como crítica social, como crítica del mercado del arte, o también como metodología para crear. En 1968, el artista francés Robert Filliou elaboró el Principio de Equivalencia, que aplicó a objetos, acciones o ideas. Según esta regla, los tres estados -bien hecho, mal hecho, no hecho- son las partes equivalentes y constituyentes de cada cosa. El mundo que conoció Robert Filliou no es el mundo de ahora, pero queremos rescatar sus ideas sobre el valor del error, del no hacer, o de la pereza como estado de ánimo que favorece el flujo de los pensamientos.

MAPAMUNDISTAS 2018 ha invitado a nueve artistas que han desarrollado en su obra estos conceptos y que tratan la suspensión desde diversas perspectivas. Su trabajo se podrá ver en este inicio del curso, en formato de exposiciones y de talleres, en varios espacios culturales de la ciudad de Pamplona. También se complementará con un ciclo de cine de autor sobre la misma temática. Una vez más, queremos compartir el tiempo de una experiencia estética en este lugar apartado, este observatorio llamado arte.

Alexandra Baurès, comisaria de las exposiciones