Fue una experiencia singular el largo trato que cultivé con las judías, pues el hecho de plantarlas, cavarlas, cosecharlas, trillarlas, recogerlas y venderlas –este último fue lo más duro–, podía añadir el de comerlas, ya que las probé. Estaba decidido a conocer las judías.
Walden, Henry David Thoreau
Tal y como planteó Thoreau en su huida al bosque de Walden, en nuestros días no tratamos mucho con judías. Los bosques han sido taladrados para levantar las ciudades, de modo que las generaciones que vivían cerca de la naturaleza, en campos o aldeas, cultivando la tierra y comiendo de ella, ya se han extinguido. Vivimos en urbes donde ni siquiera crecen las malas hierbas. En su novela Contra el cambio, el escritor Martín Caparrós dice que “la naturaleza está en los geriátricos del mundo –y sus hijos hacemos lo posible por mantenerla e ir a verla y a veces, incluso, nos gusta lo que vemos”.
Así que, separados del mundo vegetal y animal, visitamos los parques y los jardines con intermitencia. En estos reductos naturales, el tiempo no sigue el reloj mecánico de la ciudad sino el ritmo cíclico de las estaciones y del crecimiento vegetal. Igualmente cambia el punto de vista: los árboles apuntan al cielo. Cuando el paseante penetra en este tiempo y en este lugar apartado, se abstrae del torbellino productivo y mercantil. Ha dejado atrás el asfalto y el ruido del tráfico para pisar la tierra y otorgarse a sí mismo una tregua. En el siglo XVII, habilitar una parcela de tierra y cultivarla constituía un intento de volver al edén. Puede que todavía hoy los visitantes de los parques urbanos persigan esta idea paradisíaca de belleza natural y tiempo eterno.
Para pasar de la contemplación al cultivo hay que dar un paso. Pero son cada vez más numerosos los casos de habitantes de ciudades que, solos o en grupo, se apropian de terrenos abandonados en sus barrios o en las zonas limítrofes de la urbe para cultivar un jardín o un huerto. Uno de los efectos de esa acción es que estos jardines urbanos espontáneos humanizan el paisaje. También despliegan una importante labor educativa, porque enseñan el respeto del entorno, el cuidado del espacio común, fomentan el encuentro entre los vecinos de un barrio y, en ocasiones, hasta posibilitan la creación de redes sociales y de autogestión.
El término cultura proviene del latín cultus, que significa el cuidado del campo. Fue en el siglo de las luces (siglo XVIII) cuando apareció el significado metafórico del cultivo de la mente, oponiendo naturaleza y conocimiento. En esta edición de MAPAMUNDISTAS, queremos recuperar el origen de la palabra cultura, su raíz terrenal. Revindicamos el gesto diario del cultivo, sea en la parcela comunitaria del barrio, sea en el «jardín» interior de cada uno (como espacio íntimo de creación y conocimiento). Porque el cultivo implica cuidado, esmero, atención, lentitud, aprendizaje, crecimiento e invención. Nos gustaría incidir en este flujo entre lo natural y lo mental, como si fueran vasos comunicantes y procesos semejantes. Así, ser humano, bosques, hierbas, hábitat, arquitectura, ciudad, memoria, presente y lenguaje se unen en las propuestas artísticas que conforman la muestra Cultiva tu jardín.
Alexandra Baurès, comisaria de las exposiciones
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