Licenciado en periodismo por la Universidad de Navarra, desde el comienzo ha vinculado su carrera a la comunicación audiovisual. Ha sido reportero de televisión en el canal de 24 horas de información CNN+ y en el programa de cultura Los Cinco Sentidos de Telemadrid. También coordinador del programa de literatura Sautrela en el canal autonómico vasco ETB1. Cronista de viajes, colabora habitualmente en las páginas de El Viajero, suplemento de viajes del periódico El País y es autor de un libro de relatos titulado Las huellas de la estampida.

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«Las ciudades visibles es un paseo por distintas urbes del planeta Tierra con el azar como guía. En Londres, el viajero se encierra durante una semana en las cabinas de teléfono para retratar la ciudad a través de sus cristales. En Tokio elige fotografiar las sombras para rescatar el escaso Japón que queda en aquella megalópolis. Un paseo por Berlín nos lleva a atravesar la capital alemana buscando siempre el color que más se utilizaba en los graffitis sobre el muro: el verde. Y en Roma, la ciudad es recorrida a través de sus números, desde ese monumental dedo alzado en la estatua de Constantino como número 1 al 99 de un portal levemente iluminado en la noche del Trastevere. Otra manera de contar ciudades.
Frente a las ciudades invisibles y utópicas de Italo Calvino, las ciudades visibles son ciudades tópicas, espacios conocidos donde la magia ya no es cuestión de un descubrimiento visual como en los tiempos de Marco Polo. Lo imposible ha quedado relegado ahora al más denostado de nuestros sentidos: el tacto. De nuestros mundos ya vistos, sólo queda traer imágenes que toquen. Es la estrategia para descubrir que la utopía en estos espacios se mantiene pero escondida tras ese árbol que en pleno Tokio anuncia con timidez el sol naciente o junto a ese niño que huye descalzo con un dragón verde en sus brazos por las calles de Berlín.
En tres de estas ciudades visibles, los primeros en ver las imágenes han sido policías del lugar. Interrogado por hacer fotos desde una cabina en Londres, por seguir y fotografiar a un joven con el número 78 en su camiseta por las calles de Roma y por captar imágenes desde el suelo en Tokio —con la sospecha de poder estar retratando ropa interior de colegialas—, el autor nunca ha sabido explicar el porqué de su trabajo. Eso sí, bobbies, carabinieri y agentes tokiotas han coincidido en encasillar al interrogado como artista, una etiqueta que le incomoda pero que desde entonces acepta y utiliza, siempre y cuando le sirva para salir de comisaría y para señalar que el arte quizás no sea más que eso: lo inexplicable ante el orden».

Oskar Alegría